Aún recuerdo tus preámbulos en
aquel cadencioso paisaje. Quién pensaría que frente a tu abrupta mirada clavada en mis pensamientos, tan normal que ya es costumbre, sentiría inerme el
espíritu.
Con que sagacidad de zorro salen
las palabras de tu boca. Las horas pasan y el sol antes radiante en el límite
de aquello sin final, comienza a bajar acompañado de un insólito suspiro. Las
hojas exhaustas caen pusilánimes donde aquel suspiro las quiera dejar,
escuchando un sollozo, escapando en todo su apogeo una discordante gota de
sentimientos que rueda por mi mejilla.
Él, tan adusto como siempre,
lanza una utópica frase con sus ojos, con su voz: “seamos realistas, soñemos lo
imposible”. Una minuciosa suposición me hace pensar que ha perdido el norte;
con aquella senil mueca pomposa de tanto querer decir, ya no parece boyante, su
semblante ha cambiado. Es cuando, con la
autoridad que no tengo, afirmo de forma venal mi sentir.
Asoman las estrellas titilantes,
todo ha transmutado, divergir ya no es lo esencial, el paisaje ahora es
jaspeado y su boca ya no expresa con destreza, es una trivial más entre tantas
hipócritas.
El veredicto es claro y lo fue
siempre, no lo quise asumir, pero de la cumbre su llegada es clara aún cuando
me refugió en el silencio.
Ya no tengo para que bruñir el
corazón, nada es permanente, todo es versátil.
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